Prólogo
Cuando otras personas me dicen que “son personas más visuales”, yo siempre digo hacia adentro: yo sí prefiero el lenguaje.
De niño odiaba la clase de Español. No podía importarme menos la tilde de las esdrújulas ni las reglas odiosas de la S, C y Z. Mi mamá pasaba horas haciéndome sudar sangre porque para mí la caligrafía era equivalente en importancia a un pedo de mosca. Escribía mal, feo y con necedad.
En algún momento de mi historia personal, me enamoré de las palabras. No tanto de la literatura, más bien de la construcción prolija de oraciones y de las raíces etimológicas. Nunca tuve aspiraciones de contar historias espectaculares. Más bien, mi interés estaba en lo que otros consideraban aburrido: ¿Cómo hago para hacer de mi mensaje lo más claro posible? ¿Cómo puedo hacer para que el lenguaje en sí mismo sea bello sin que el contenido lo sea necesariamente? Quizás guiado por mi afinidad a la música, en algún momento decidí que quería escribir como si las palabras fueran melodías y los mensajes estructuras armónicas.
Esta forma de pensar en la redacción me llevó a tener mucho éxito en mis trabajos escolares durante mi secundaria y preparatoria. Por mucho tiempo fui el editor personal de mis amigos. Pero jamás entendí por qué. Podía notar que mis textos se leían mejor que los de mis contemporáneos, pero no sabía identificar la razón. Mucho tiempo le atribuí al “buen gusto” (lo que sea que eso signifique) mi pequeño éxito con la pluma. Ahora leo lo que escribía entonces y me da vergüenza de las que arden en el alma. No tenía idea de lo que estaba hablando, como sigo sin tener idea de nada.
Esta colección de trabajos representan mi esfuerzo por entender poco a poco lo que significa escribir bien. Escribir para mí representa la capacidad de soltar toda esa información que por timidez me cuesta trabajo expresar de forma oral. Cuando escribo, me siento libre. He encontrado en las piezas periodísticas y de investigación un pequeño lugar seguro de desarrollo personal. Tengo el sueño de escribir para un medio de videojuegos. Espero poder cumplir eso algún día.
Mientras tanto, y para cerrar esta introducción a mi carpeta de trabajos, agradezco por aquí a todos los extraordinarios maestros y maestras que he tenido a lo largo de mi carrera. A Ángel Ramírez, a Ana Galán, a Luz María Medina, a Francesc Messeguer, y en particular a Mariana Anzorena. De todos he aprendido a ser más eficiente y fino con las palabras, aunque sus clases no siempre fueran sobre el ejercicio del Español.
“Si más de nosotros valoráramos la comida, y la alegría, y las canciones por encima del oro, este sería un mundo mejor".
Thorin Oakenshield, en El Hobbit de J.R.R. Tolkien.