Querido Monsiváis: sobre baños públicos

Me identifico como hombre, y por lo tanto, mis experiencias solamente existen dentro del marco de los baños públicos para varones y varoncitos. Sospecho, sin embargo, que mucho de lo escrito aquí resonará también con las mujeres.

Analicemos el ritual de selección de urinal común. La idea es dirigirse al más alejado de una persona. Si hay concurrencia y el mingitorio disponible sucede estar rodeado de personas, usted debe hacer una de dos cosas: 

1) esperar a que se libere un poco de espacio, o,

2) acercarse con mucha sequedad, y mear observando con ansiedad a la pared mientras escucha el chorrito de todos los demás, en silencio absoluto. Si acaso, con la mirada dirigida un poco hacia arriba (no sea que el miembro de otra persona cruce mi vista panorámica, dios me libre). Es a la vez chistoso, vergonzoso y asqueroso. Cada que entramos a un baño público tenemos que pasar por ese bombardeo de sensaciones incómodas. Lo perturbador es pensar que hasta los más jóvenes tienen que pasar por eso.

Este ritual es algo que los hombres tenemos quemado en nuestro disco duro. Son patrones de comportamiento que reflejan un pánico comunal al contacto íntimo con otros seres humanos y a la vergüenza interiorizada de ser homosexual en un entorno hipermasculino. Todo esto mezclado con una de las necesidades más básicas y corrientes del ser humano. En un todo, es como que da vergüenza ser humano frente a otros seres humanos.

Los baños públicos son quizás la fuente de incomodidad más común en la vida del ser humano moderno. Cuestiones de género y sexualidad se mezclan con escatología entre cuatro paredes de baldosas blancas. Son, a la vez, recipientes de los momentos más ordinarios de la vida y de las vergüenzas más espantosas de nuestra existencia. Son aburridos e inescapables. Huelen a mezcla de Fabuloso morado y caca, que sorprendentemente es más fétida que solamente caca. Sobre ellos gotean todas aquellas cuestiones que nos da vergüenza admitir que sentimos y pensamos como sociedad y como individuos.

Los baños públicos son prueba del rotundo fracaso de la ilustración. Son la más grande demostración de que jamás superaremos nuestros ímpetus más básicos. Hasta el presidente de los Estados Unidos de América hace pupú, mea y hace ruidos.

Lávese bien las manos.

BMM.

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